viernes, 23 de octubre de 2009

El Efecto Mozart

Sin un diáfano sentido de lo que a la postre engendraría, Clara, durante el embarazo de su segundo y último hijo, el pequeño Iván El Terrible, accedió con inocente ciencia a la llamada terapia musical.
El proceso inconsciente funcionó a la perfección,  puesto que al ser ella una amante de la música, -complejo que se vio reflejado a la hora de elegir a su esposo: músico de espíritu y profesión-, seguramente le proporciono a su viente más de un millar de variopintas canciones que hicieron del embrión/feto en cuestión, un melómano de nacimiento (IS0-9000).
Quizá mi mamá, o será mejor que hable a título impersonal... Quizá su mamá  jamas haya si quiera oído mencionar El Crepúsculo de los Ídolos, de Nietzsche, en donde este bigotón alemán afirma (en presente, porque los grandes no mueren): "sin música, la vida sería un error". Después de todo, no es necesario leer a los filósofos para poseer las sabiduría, como bien ella predicó con el ejemplo.
Pero vayamos al caso concreto. Imagino lo que el embrión Iván  -de cercano look a un "cheto torcidito"- discernía, por poner una fecha azarosa, un 21 de abril de 1982, desde su Gotham City, como ahora le llama a lo que en alguna ocasión fue su histérico o "utérico" hogar.
"¿Qué es eso que suena allá afuera? ¿Es aquello lo que me hace sentir de humores tan cambiantes?" Efectivamente, lo que ese conjunto de células amorfas sentía e imaginaba desde aquel húmedo sitio, era, por un lado, las tonalidades expulsadas por el "tocadiscos" que, en su entrañable operación, lanzaba a los espacios de la habitación la mítica "Satisfaction", una de las piezas rockeras favoritas de su madre-canguro.
También eran las ampulosos notas, en "Re Menor", que ejecutaba su padre,  en uno de sus infinitos ensayos diarios, los cuales metódicamente y día tras día, llevaba a cabo a la una de la tarde.
El conjunto sonoro emanaba de un formidable saxofón-tenor, instrumento que hizo llevar a este señor, de nombre Rogelio, a lugares insospechados de fama con la Orquesta de Luis Arcaraz o, digamos, el equivalente a Café Tacvba de la época de los cuarentas y cincuentas.
Y al igual que las partituras de jazz, se sucedían, en blancas y negras, las horas, los minutos y los segundos, y con ellas las melodías teledirigidas, a la manera de los misiles Scud,  hacia el proyecto de escuincle.
Si tengo 46 cromosomas, entonces, al menos algunos de ellos, le pertenecen a Prokofiev, Agustín Lara o David Bowie. No sé, quizá sean a otros cientos de genios que ha tenido la historia de la música.
En fin, es así como si querer, se alcanza el Pre Efecto Mozart, como ahora suelen denominarlo los psicólogos y neurobiólogos. Yo lo llamo el Efecto Rolling Stone... With no direction home la la la la la la....

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